Una novela sobre el mar. En la obra, que es un recuento de la vida del marino vasco-español Shanti Andía, se entremezclan historias de diferentes personajes que aportan a la obra distintos matices de melancolía marinera, de aventura, de amor y odio, todo ello traído a la memoria de este Baroja amante del mar y de su villa marinera en la costa vasca. Es muy recomendable su lectura, por distintos motivos: porque el idioma es rico, impresionista, nostálgico; la acción es continua, no se para en filosofías o ejercicios de narcisismo; las imágenes son bellas; y sobre todo porque la melancolía de la obra es tal que contagia deliciosamente al lector. El paisaje es el alter ego de Baroja, refleja constantemente el estado de ánimo del autor. Prefiero, para mi gusto, Zalacaín el aventurero, pero esta obra no puede decepcionar a nadie. Si un punto en contra se le puede encontrar es, quizá, el no haber conseguido dar impresión de autenticidad a las distintas voces que intervienen, pues parecen todas la misma voz del autor, aportando distintos matices de expresión de un mismo alma. También debo decir que el autor evita justo a tiempo que la obra derive demasiado hacia el melodrama telenovelesco. Lea a Baroja: no le decepcionará.
Esta es la segunda vez que lo leo. La sencillez con que Pla pone sobre el papel las ideas, recuerdos, impresiones, opiniones que le surgen en la cabeza es asombrosa. Pero su sencillez no es vulgar, ni coloquial, sino que es infinitamente rica en verbos precisos y adjetivos descriptivos cada cual más original y apropiado. Lo que hace a este libro, este diario de un joven catalán durante los años 1918 y 1919 tan interesante, y una obra imperecedera de la literatura catalana, ergo hispana y europea, es -aparte de su riqueza de lenguaje y naturalidad expresiva- la inmediatez de los sentimientos y las sensaciones que logra comunicar Pla en el lector. Lo más nimio, trivial, adquiere relevancia porque Pla nos lo describe de forma tan magistral que es como si estuviéramos ahí. Esta es la maravilla de este escritor: que consigue describir lo más inmediato a nosotros: el paisaje, el tiempo, las calles, la forma de hablar y de vestir de la gente, todo lo pequeño que -aparentemente- no tiene importancia pero que ocupa el 99% de nuestro tiempo y espacio. Genial, siempre. Además, este libro tiene el valor añadido de lo histórico, metido en el contexto bullicioso y agitado de Barcelona durante estos años.
Entretenimiento: 6/10
Calidad: 8/10
Este breve relato, clásico ya del siglo XX en España, fue publicado por 1950 o 53, cuando el novelista se encontraba trabajando en los Estados Unidos de profesor. Un en día, si a alguien le suena el nombre de Ramón J. Sénder, será por esta breve obra, y tan solo por ella. Ambientada en la víspera de la Guerra Civil Española, en el 36, a través de numerosos flashbacks el protagonista, un cura rural, va recordando la vida de un hombre a quien él bautizó, casó, y finalmente, dijo misa de aniversario de muerte. Lo maravilloso del relato es que en tan pocas páginas queden desveladas no sólo las almas de estos dos personajes, sino que quede fotografiada el alma de un pueblo. Un pueblo que podría ser España entera, pues abarca en pocos personajes el espectro identitario de España, un país lleno de pobreza y riqueza extremas, de envidias ancestrales, de orgullo, vanidad, de paganismo tribal, de pasiones y odios exacerbados por la ignorancia, la superstición, y la desorientación espiritual.
Lo más destacado para mí ha sido comprobar lo bien que el autor refleja, sin emitir juicios ni propagandas, la esterilidad del catolicismo en este pueblo tan bárbaro (bárbaro -lo admito- en el sentido más peyorativo) que sigue siendo el español. El catolicismo español fue un fracaso sin paliativos; ha sido como vestir de seda a la mona del anís famoso; durante la Guerra Civil la mona se reveló lo que era: un simio, un no-todavía ser humano. La civilización nunca llegó a la península. Incluso hoy seguimos igual de fratricidas, pero bajo el cómodo techo de la Unión Europea.