Abel Sánchez
Es la pequeña obra en que el autor personifica el alma cainita de los españoles. Trata de la envidia, pecado capital de esta nación. A los críticos les gusta encontrar explicaciones que asienten bien con sus mundanos conocimientos, por ello hablan de vicio y no de pecado capital, se les llena la boca (ver contraportada) con frases que no entienden como "desnudar las almas". Esta es la historia de un enajenado y poseído (lo dice el cap. 9) llamado Joaquín, y su enemigo de la infancia, Abel. No es sólo la recreación de la historia bíblica, es la adaptación a un modo de interpretar la historia muy española. Pero es ante todo un estudio del mal, de cómo el diablo atrapa a quien no sabe amar más que a sí mismo, y a quien, espiritualmente, no ve más que a donde alcanza su nariz.
El personaje de Joaquín es totalmente egoísta e infantil en su envidia quejica y victimista. Diría uno que ama su papel de víctima, algo muy moderno propio de sociedades modernas post-cristianas. En fin, Joaquín es como el niño rico al que no le falta de nada pero no es precisamente popular, no es fácil de querer, lo cual él no comprende -pues tanto se quiere él a sí mismo- y le crece dentro un odio hacia todo lo que representa Abel. Es Joaquín no el alter ego de Caín, no; Joaquín es el alter ego del mismo Satán.
Obsérvese esta frase: "¿Tú no crees que los afortunados, los agraciados, los favoritos no tienen culpa de ello?" dice Joaquín. Este es Unamuno haciendo eso del Newspeak antes de que Orwell lo adaptara a su relato. Y esta otra frase del Diablo-Joaquín: "Los que se cren justos suelen ser unos arrogantes que van a deprimir a otros con la ostentación de su justicia." Y otra: "El que no se crea mejor que otro es un mentecato." Este es un enfermo espiritual como la copa de un pino, y así lo presenta Unamuno. Esto no es una novela social o existencial. Esto es religión pura y dura. Pero no es de extrañar que los críticos tilden las obras de Unamuno de existenciales. Si uno se fija en la tergiversación de las Escrituras que destilan sus personajes, como en: "¿No dicen que somos todos hijos de Dios?" Evidentemente que no lo somos todos. Creación de Dios, sí. Hijos sólo aquellos que han aceptado a Cristo. Y sino, ¿para qué iba a venir Jesús al mundo si lo fuéramos ya? Pero si ésta es la doctrina que los españoles (católicos, antiguamente, en su inmensa mayoría) conocían, no es de extrañar que nos llevemos tan a las malas. Hace a otro personaje decir: "Dijo Cristo nuestro Señor, que no le llamaran bueno, que bueno era sólo Dios." Y se queda tan tranquilo. Al menos todos los protestantes sabemos que Cristo preguntó por qué le llamaban bueno, no dijo que no le llamaran así. ¿Acaso no es Dios?
Una gran obra, de cualquier manera que se lea. Como profunda obra religiosa o espiritual, ahondando en la naturaleza del mal y en la lucha entre éste y el bien. O se puede leer como lo hacen los ateos, que les da igual no creer en Dios porque ellos critican igual aquello de lo que se enorgullecen en ignorar. Y finalmente se lee como un lamento sobre la condición del alma cainita, guerracivilista de España. Un tema universal, pero centrado en este país.