Fernando Díaz-Plaja

El abate Marchena: su vida, su tiempo, su obra

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La mejor definición que se puede dar de este singular español es la que Díaz-Plaja mismo da de esta forma: “Marchena es un hombre del siglo XVIII, un hombre que cree en la reforma impuesta desde arriba y que recela de todo movimiento de masas que no sea dirigido y controlado por un gobernante siempre que este sea, claro está, ilustrado.”

 

Marchena fue un intelectual oriundo de Utrera, Sevilla, cuya vida abarca los años 1768 a 1821. Es el heterodoxo español por antonomasia, en lo religioso, en lo político y en lo social. Es difícil de opinar sobre tal personaje, puesto que su carácter lo hace fácilmente acreedor a odios y a pasiones, según la afinidad ideológica que se tenga con él. De lo que no cabe duda es de que este hombre era una persona muy culta e inteligente: su conocimiento de los clásicos y de los intelectuales franceses de su tiempo fueron el combustible que mantuvieron vivo su ardor combativo allá por donde fuera. Sin embargo, José Marchena no era un hombre de acción, salvo que aceptemos la propaganda como tal. La propaganda, o la educación, si se quiere ver desde una luz más favorable, fue lo que produjo durante toda su vida. Su objetivo: educar a sus conciudadanos, sacarlos de la ignorancia y el servilismo en que la monarquía absoluta y la Iglesia Católica los habían sumido durante siglos. Marchena creció con las ideas revolucionarias de los pensadores y filósofos franceses. Se hizo francés, renegando de su patria natal como el profeta despreciado en su tierra. Vivió y protagonizó la Revolución Francesa, al lado de los girondinos. Sentenciado a la guillotina, se salvó in extremis. Volvió a España en 1808 con las tropas francesas, recobró su españolismo andaluz, se dedicó entonces a arrojar luz desde la prensa a los españoles, haciéndoles ver y entender que los franceses estaban ahí para asegurar la libertad, la igualdad y la justicia entre los españoles; su labor fue siempre educativa, con esa superioridad y arrogancia hacia las masas que da el saberse superior en conocimientos y libre de prejuicios inculcados durante siglos por los moldeadores de conciencias: monarquía e iglesia. Y al perder la guerra los de Napoleón, regresó con ellos a Francia, solo para regresar con el triunfo de la Constitución de Cádiz, si bien moriría al poco tiempo y el tiempo que estuvo en España no sería ningún éxito puesto que el espacio de los afrancesados, traidores a la patria, estaba ahora ocupado por los liberales que se habían quedado, y que para lamentación de Marchena, volvieron a aceptar que la Iglesia Católica fuera la única válida en España, perdiendo así la gran oportunidad de conseguir la libertad de cultos y de poder modernizar España.

 

Marchena producirá en el lector que se acerque a su figura por primera vez reacciones ambivalentes. Por un lado sus ideas son muy modernas: libertad de conciencia, igualdad para todas las clases sociales, facilitar la educación y la implementación de los métodos científicos y nuevas tendencias pedagógicas -mucho más humanas, tolerancia en general a todas las formas de pensamiento y de fe, y abolición de los privilegios ancestrales, especialmente de los eclesiásticos. A la fuerza tenía que ser visto por los españoles de la época, ignorantes de las ideas que se destilaban al norte de los Pirineos, mínimo como un exaltado, o como un loco merecedor de la hoguera o de la prisión. Porque Marchena se expresaba sin ningún tapujo, sin ningún miramiento hacia las consecuencias que pudieran acarrearle sus palabras. Por ello tuvo que marcharse a Francia huyendo de la Inquisición. Este ímpetu inagotable, este fanatismo benigno de Marchena lo hace comparable al ardor que pusieron a su vez por sus respectivas causas -varias generaciones después- hombres como Lenin, Trotsky, Musolini o Hitler. Si bien antagónicos en el fondo, en cuanto a las formas todos ellos comparten la locuacidad, la fuerza de convicción con que se dirigen a las masas para adoctrinarlas, enseñarlas lo que es bueno para ellas. Aunque se compartan todos los principios por los que se regía Marchena, es comprensible que sus contemporáneos, o el lector de hoy día, sienta cierto recelo hacia un hombre que se siente con tanta superioridad a la hora de educarles, que con argumentos de razón, apoyados en el conocimiento de la historia y del dominio de la lengua, intenta mostrarles el error en el que están sumidos, el camino para salir de ellos e incluso les aconseja en materia de gustos literarios, de moda, y en fin, de modernidad. Por muy llenos de razón que fueran sus argumentos, estos habían de chocar con la realidad del español de entonces, con su servilismo acendrado.

 

Murió Marchena poco antes de ver cómo su amada Francia enviaba a sus 100 mil hijos de san Luis para apoyar la causa del vil Fernando VII y la reinstauración del absolutismo. Fue mejor que no lo viera: del disgusto se hubiera muerto.

 

El libro, si no hubiera sido escrito por Díaz-Plaja, hubiera sido de un tedio insoportable, puesto que el personaje, como he dicho, es de los que producen muchas palabras pero pocas acciones. Su vida está registrada en los diarios para los que escribió, en Francia y en España; en las traducciones de obras clásicas y francesas; y en los comentarios recogidos por sus amigos y enemigos. De entre estos últimos, la Inquisición, el mayor de todos; y él, el mayor enemigo de ella, también hay que decirlo.

 

Comentar finalmente de Marchena que en su haber está el haberse muerto no rico, incluso pobre, sin la acumulación de riquezas con que se mueren los progresistas solidarios de hoy día (millonarios con sentimiento de culpa, que dicen en Estados Unidos). Por lo tanto no se puede decir de él que fuera un hipócrita. Tampoco fue un demagogo, pues nunca se dobló a la opinión de las masas; al contrario, con tozudez fue él quien siempre quiso amoldar las masas a sí mismo. Ni fue un dogmático incapaz de llegar a acuerdos con los demás: su regreso a España y labor en la prensa madrileña bajo el reinado breve de José I Bonaparte prueba que supo conciliar en algunos casos las ideas reformistas aportadas por la Revolución francesa a las circusntancias nacionales españolas.

 

En referencia a la oposición revolucionaria francesa a los toros:

 

¿Por qué ultrajáis por estas diversiones

a la España, filósofos severos?

Emplead vuestra hiel en otros vicios

que más ocultos vierten el veneno,

que emponzoñan la vida y las costumbres”

 

Aunque en aquello que le tocaba más de cerca, por ejemplo el teatro, empleará su máxima de que el gobierno debe darle lo que necesita al pueblo, no lo que a éste le gusta. Un rasgo poco conveniente a la hora de elecciones en naciones democráticas. Pero Marchena no fue nunca un político, sino un moldeador de las masas, un educador del pueblo, un poeta, en fin, un amante a muerte de la libertad que no sabía estarse callado. Estaría bien verle desenvolverse en una democracia occidental moderna.

NINOTCHKA,

O EL DISCRETO DESENCANTO CON EL SOCIALISMO 

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On Cuba's Revolution:

"The revolution was a cover for committing atrocities without the slightest vestige of guilt ... we were young and irresponsible. We were pirates. We formed our own caste ... we belonged to and believed in nothing -no religion, no flag, no morality or principle. It's fortunate we didn't win, because if we had, we would have drowned the continent in barbarism."

Jorge Masetti, In the Pirate's Den

España [por el contrario de Estados Unidos] se ha ido configurando, siglo a siglo, como una sociedad herida por la envidia, en la que todavía hacer demagogia con la pobreza rinde réditos electorales y donde los que han tenido o tienen grandes riquezas -tanto los progres como la iglesia católica– no pocas veces predican la solidaridad con el prójimo a la vez que protegen sus patrimonios nada desdeñables en SICAVs, algo, dicho sea de paso, bastante lógico tal y como está el panorama fiscal.”

César Vidal en su artículo Las razones de una diferencia en Libertaddigital.com

2. La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles.

3.1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.

'The Pale Maiden'
"Thus heaven I've forfeited,
I know it full well
My soul, once true to God
Is chosen for hell."

by Karl Marx

from Richard Wurmbrand´s book on Marx

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